Capítulo 25: ¿Qué pesa más?

Incluso antes de mudarme a Catar, estando todavía en España, sabía que subirme en ese primer avión MAD-DOH significaría dejar de lado gran parte de mi libertad. Había leído miles de comentarios y había visto otros miles de vídeos que hablaban de todas las reglas del país y de la compañía y de lo estricta y opresora que podía llegar a ser, así que tenía claro que iniciar una carrera profesional con Qatar Airways no sería fácil. Sin embargo, no tuve ni la más mínima duda de que era lo que quería. Cuando se quiere algo de verdad, no hay obstáculos sino retos, ¿no? 


Al principio, todos aquellos viajes, dinero, lujo y culturas, se llevaban todo el peso de la balanza y eclipsaron por completo todo lo negativo, desfavorable y opresivo. Me acostumbré y adapté sorprendentemente rápido al nuevo país, cultura y a todas las normas impuestas por parte del país y de mi propia compañía y raramente me detenía a cuestionarlas o ponerlas en duda. Era el precio a pagar por todo lo que me ofrecía y era precisamente ese todo lo que me hacía inmensamente feliz. 


Qatar Airways es una aerolínea de 5 estrellas y se sitúa entre las posiciones más altas en todos los rankings a nivel mundial. Por tanto, no es de extrañar que la minuciosidad, rigurosidad y perfección sean su base primordial. Los azafatos teníamos que dar un trato y un servicio excelente y debíamos realizar un trabajo impecable. Teníamos manuales que pesaban toneladas con millones de pautas, normas, obligaciones y prohibiciones. En cada vuelo teníamos la presión de hacerlo todo a la perfección y no cometer ningún fallo. Por un lado, teníamos a los supervisores que se aseguraban de que siguiésemos todas las pautas. Por otro lado, en algunos vuelos teníamos a un "checker" que era una especie de inspector que vigilaba cada uno de nuestros movimientos. Además, estaba la posibilidad de que alguno de los pasajeros fuese un "auditor" de strangis, cuyo trabajo era tomar nota del mínimo error, o que el mismísimo CEO de la compañía fuese tu pasajero. Por último, nunca llegaré a entender el poco compañerismo que solía haber, los mismos compañeros tendían a chivarse los unos de los otros de cualquier acción que se saliese del manual. A pesar de que yo nunca tuve ningún problema porque siempre suelo respetar cualquier tipo de norma, siempre tenía presente esa presión y cuanto más tiempo pasaba más consciente era de la importancia de hacer bien mi trabajo y más fuerte sentía esa presión. 


Además, aparte de realizar un trabajo impecable, debíamos tener un aspecto impoluto. Antes del vuelo se aseguraban de ello las "grooming officers" , que nos revisaban meticulosamente. Durante, y tras el vuelo se encargaban de ello los supervisores. No era raro que te pidieran ponerte un poco más de laca, retocarte los labios o el colorete, cambiarte el color de uñas, ir a plancharte la camisa o limpiarte los zapatos. En los vuelos ultra largos, los azafatos llevaban cuchillas para afeitarse durante el vuelo los pelillos de la barba que le iban creciendo. Al terminar el vuelo, incluso yendo en el autobús hacia el hotel en destino o a casa en Doha, estaba terminantemente prohibido quitarse el gorrito o la chaqueta del uniforme, ni aun haciendo más de 40 grados. Sin más remedio, esta meticulosidad de la apariencia no sólo nos afectaba cuando estábamos trabajando. Teníamos prohibido tener piercings o tatuajes, incluso en partes del cuerpo que quedaban cubiertas con el uniforme. No podíamos tener mechas, el color del pelo tenía que ser uniforme y tampoco podíamos tener colores de pelo que no pegasen con nuestra nacionalidad. Por ejemplo, no podía haber una china rubia. Ni que decir tiene que los colores fuera del típico negro, rubio o castaño no estaban permitidos. Tampoco podíamos tener cicatrices visibles, es una de las preguntas estrella que te hacen en la entrevista. Si te hacías alguna herida, te prohibían volar hasta que se te hubiese curado. Cuando dejé el trabajo y volví a España, no tardé ni un mes en echarme reflejos en el pelo, agujerearme las orejas y hacerme un tatuaje. Tanta represión tenía que salir por algún lado. 


En definitiva, había miles de reglas para absolutamente todo, tanto durante el turno de trabajo como fuera de éste. No podías ser fumador. Muchos lo eran pero mintieron para poder entrar en la compañía y fumaban a escondidas de todo el mundo por miedo a que alguien se chivase. Lo mismo ocurría con los que tenían tatuajes y habían conseguido esconderlos durante la revisión, no podían ponerse en bañador para ir a la playa o a la piscina con gente que no fuese de confianza por miedo a ser delatados. Si estábamos con el uniforme, no podíamos usar el móvil o llevar una bolsa o un mísero café en la mano. Para ir a las oficinas de la compañía por cualquier asunto, debías hacerlo vestido con un outfit formal. En una ocasión, tuve que ir a la Torre 1 a rellenar un documento y me presenté allí con un traje y con unos botines de tacón elegantes. Al verme entrar, me echaron de allí y me hicieron coger un taxi para ir a mi casa a cambiarme los botines, que no consideraron adecuados, por unos estiletos y luego volver y rellenar el documento, para lo cual no tardé más de 3 minutos. Yulia 0 - Qatar Airways 1. Al terminar, estaba tan cabreada y me sentía tan humillada que me subí en otro taxi y me planteé el irme directa a otra de las oficinas para dimitir. Al final no me atreví. Si querías salir del país de vacaciones o en tus días libres, no podías hasta que se te concediera el permiso para hacerlo. Para viajar con los descuentos de la compañía teníamos que ir también con un outfit formal. En otra ocasión, iba con un vestido largo, que yo consideraba elegante, para coger un vuelo como pasajera y no me dejaban embarcar porque decían que se transparentaba. Por suerte, llevaba unos pantalones chinos en la maleta y me pude cambiar. Yulia 1- Qatar Airways 0. Si querías casarte, no solo tenías que pedir matrimonio a tu pareja y recibir el "sí, quiero" sino que también era estrictamente necesario pedir permiso a Qatar Airways y que ellos también quisieran. Si te lo daban, luego tenías que volver a solicitar otro permiso para abandonar el alojamiento de la compañía para irte a vivir con tu marido o esposa. Algo similar ocurría para poder tener hijos. En nuestro alojamiento no podíamos tener tabaco, alcohol, mecheros o velas. Cada cierto tiempo hacían chequeos aleatorios para revisar el estado de nuestros apartamentos y ver si teníamos algún objeto prohibido. Hasta dentro de nuestro hogar estábamos cohibidos. 


Sin duda alguna, la regla de oro de Qatar Airways se la lleva el "minimum rest". Todos los azafatos teníamos que estar en casa encerrados 12 horas antes del próximo vuelo y sin recibir visitas, así que si tenía un vuelo a las 11 de la noche, debía estar en casa encerrada y sola desde las 11 de la mañana. Todo el día encerrada esperando mi turno de trabajo. Bueno, miento, no todo el día, nos dejaban 90 minutos para salir para cualquier necesidad durante esas 12 horas. ¡Qué considerados! Además, teníamos otro toque de queda que no tenía nada que ver con el trabajo porque se aplicaba incluso en los días libres, teníamos terminantemente prohibido dormir fuera de nuestro alojamiento, así que en el tramo horario de las 4:00 am a las 7:00 am, debíamos estar en casa. El cumplimiento del toque de queda estaba controlado a través de un sistema de registro de salidas y entradas a nuestro edificio y cámaras de seguridad y, por si acaso eso fallaba, había un segurata en la entrada de cada uno de los edificios de Qatar Airways que se encargaba de dar el chivatazo si alguien rompía el toque de queda. Vivíamos contando las horas, minutos y segundos, calculando el tiempo de rutas con y sin tráfico para volver a casa y con una ansiedad constante por si no conseguíamos llegar a tiempo, porque el incumplimiento solía resultar en un despido inmediato. 


Al principio, no me costaba mucho cumplirlo porque siempre estaba muy cansada de los vuelos y mi cuerpo me pedía quedarme en casa para descansar. Además, las discotecas cerraban a las 2 am, así que cuando salía de fiesta tenía tiempo más que suficiente para llegar a casa antes de las 4 am. Sin embargo, con el paso del tiempo, empecé a conocer a más gente nueva y me molestaba el no poder salir con ellos antes de irme a trabajar o el no poder quedarme hasta la madrugada de fiesta en casas (de gente que no trabajaba en Qatar Airways) o en barcos. El odio hacia el minimum rest y el toque de queda alcanzó su máximo cuando conocí a Luca. A veces sólo tenía 12 horas para estar en Doha de un vuelo a otro, las 12 horas justas del minimum rest, así que tenía que ver a Luca en los 90 minutos de cordialidad que nos dejaba la compañía. Nos hicimos VIP del restaurante turco más cercano a casa, en el que aprovechábamos esos 90 minutos para ponernos al día y por supuesto, para comer un delicioso mutabal, hummus y la mejor baklava del mundo de postre. Como en Catar no se podía tener contacto físico en público entre personas de distinto sexo, no podíamos ni darnos un mísero beso o abrazo. Cuando tenía la suerte de tener un par de días libres para estar en Doha, no podía dormir con Luca. Él sólo podía entrar en mi apartamento hasta las 10 de la noche y yo estaba obligada a volver a casa a las 4 am. La mejor solución era quedarnos en su casa hasta las 3 am, que sonaba la alarma, me llevaba a mi casa y él volvía a la suya y a las 7 am, cuando ya tenía yo permitidas las visitas de nuevo, Luca volvía a venir y dormíamos juntos un par de horas más. Ahora, después de más de tres años, me cuesta creer que fuésemos capaces de hacer eso. Las ganas de los nuevos amores. Nuestra vía de escape era viajar. Salir del país significaba salir de todas aquellas prohibiciones y tener la libertad de hacer algo tan simple como pasar la noche juntos o darnos un beso en un parque. 


Poco a poco, todas esas reglas me empezaron a afectar más y más y llegó un punto en el que no sólo me afectaban las restricciones y ese control tan estricto sino que simplemente dejé de verlo todo color de rosa y empecé a verlo más bien gris. Doha era una ciudad hecha para moverse en coche, era imposible caminar de un sitio a otro por las largas distancias y por las constantes obras. Encima yo no tenía carnet de conducir válido para Catar y por tanto, no tenía coche, así que siempre dependía de otros o del taxi. Odiaba el tener que ir en coche a cualquier parte, echaba de menos el simple hecho de poder caminar por la cuidad. También echaba de menos el sentarme en una terraza a tomarme una cerveza y ver la gente pasar. Los destinos, que en un principio eran mi motivación principal, dejaron de entusiasmarme porque se empezaban a repetir y además, mi cansancio acumulado me obligaba a aprovechar las pocas horas que teníamos de escala, durmiendo en el hotel en vez de salir a explorar como hacía al principio con aquel espíritu aventurero que me caracterizaba. Además, a pesar de conocer cada día a gente nueva, era muy complicado hacer y mantener nuevas amistades pues la falta de rutina sólo te permitía coincidir con esas personas como mucho una vez al mes. Así que también echaba de menos el tener un grupo de amigos de verdad con el que salir de manera habitual, reír y hacer el tonto y sin necesidad de repetir las mismas conversaciones triviales de cuando se está empezando a conocer a alguien. 


Las restricciones, el control, la aerolínea, la ciudad, el entorno y el ambiente seguían siendo exactamente los mismos que los de hace dos años cuando llegué allí pero yo no era la misma persona de entonces. Mis prioridades, motivación y aspiraciones eran muy distintas y eso hacía que la parte desfavorable de la balanza que al principio no tenía prácticamente ningún peso para mí, pesase entonces unos kilos de más.


            ¿Qué pesa más?

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