Capítulo 19: De asiáticas maneras.
Pekín. Los vuelos a China eran algo curiosos. Nada más entrar al avión, los pasajeros chinos empezaban a hacer fila en la cocina para pedir que les llenásemos sus termos de agua caliente, para su té, café o noodles. La mayoría no sabía inglés pero las palabras clave y extrictamente necesarias para ellos como "hot water" y "rice" se las sabían de maravilla. El servicio era una odisea para entenderse con ellos. Lo bueno de eso era que lo único que pedían era arroz así que podía servirle la opción que yo quisiera porque normalmente todas llevaban arroz. Ternera con arroz, pescado con arroz o verduras con arroz.
En Pekín visitamos la Gran Muralla China, la primera maravilla del mundo que vi. Aunque actualmente se conserva sólo un 30% de la muralla, originalmente se estima que tenía 21.000 kilómetros, ¡vaya trabajo de chinos!
La Gran Muralla China, Pekín. |
La Gran Muralla China, Pekín. |
Singapur. Solamente empecé a volar a Singapur después de haber tenido un curso específico para Airbus A350, que era el tipo de avión que hacía ese trayecto en Qatar Airways. En el vuelo, antes del aterrizaje, hacíamos un anuncio por la megafonía del avión en el que informábamos a los pasajeros de que Singapur tenía unas normas muy estrictas y con pena de cárcel por su incumplimiento. Una de ellas era la prohibición de importar chicles, sí, ¡CHICLES!
Tuve la suerte de ir a Singapur muchas veces. La primera de ellas, salí sola a hacer turismo. Ya había escuchado que era una ciudad preciosa pero no me había imaginado que lo era tanto. La arquitectura era muy moderna, la ciudad muy limpia y la gente muy amable. Había muchísima vegetación, jamás había visto tal variedad de árboles y plantas. Y, por supuesto, el famoso Marina Bay Sands.
El mayor inconveniente de hacer turismo sola era el no tener a nadie para hacerme fotos. ¡Nunca solía conseguir que otro turista me sacase una buena foto! Igualmente, había que intentarlo, paré a un chico jóven, un australiano, y le pedí que me hiciese una foto y después me ofrecí para hacerle una yo a él. Le hice una foto en la que salía de cuerpo entero, con un toque de vegetación a la derecha y todo el Marina Bay Sands al fondo. Él simplemente me sacó una foto...
La foto nos llevó a entablar una conversación y de ahí pasamos a hacer turismo juntos toda la mañana. Esta es una de las cosas bonitas que te ofrece viajar, conocer a gente es mucho más sencillo. ¿Cuántas veces en tu vida cotidiana te has cruzado con un desconocido por la calle y habéis acabado conociéndoos? Seguro que muy pocas. Sin embargo, cuando viajas, es de lo más común. Creo que, en cierto modo, se debe a que se siente cierta complicidad al saber que se comparte la curiosidad de descubrir el mismo lugar del mundo, el mismo entre tantos.
A medio día, nos separamos, yo quería subir a lo alto del Marina Bay Sands y él ya había estado allí antes. Subí a lo alto y me senté en el bar de la terraza a tomar algo. Vistas increíbles. Cocktail. Tranquilidad. Y, de repente, lluvia. Mucha lluvia. Estos países asiáticos son muy traicioneros, hace un sol radiante y cuando menos te lo esperas, diluvia.
Botanic Gardens, Singapur. |
Marina Bay Sands, Singapur. |
Seúl. En el briefing antes del vuelo, la supervisora me asignó ser la encargada de hacer los anuncios por la megafonía. ¿Quéeeee? ¿Yooo? Al final del curso de tripulante de cabina en la Torre 1, nos hacían leer en voz alta de uno en uno algunos anuncios de los que se hacían en los vuelos y si el instructor consideraba que tenías una voz, pronunciación y tono adecuado, marcaba una A en tu perfil que significaba que eras apto para ello. Pues bien, hasta ese día yo no sabía de la existencia de la A en mi perfil, nunca me había tocado hacerlo así que había dado por hecho que yo era una de los muchos exentos de hacerlo.
Era mi primera vez. ¡Qué nervios! Durante el embarque de pasajeros había estado memorizando el número de vuelo, nombre del piloto y de la supervisora, para recitarlos en el anuncio de bienvenida. También había estado practicando cómo se pronunciaba el nombre de la supervisora, que era coreana. Lo que tenía que decir lo tenía claro, pero no cómo había que hacerlo. Tras el anuncio del piloto, me tocaba a mí. Cogí el megáfono, pulsé los botones correctos, o mejor dicho, los que yo creía correctos y empecé: "Good afternoon, Ladies and Gentlemen, welcome on board Qatar Airways flight QR..." No se estaba escuchando nada en la cabina. Cierro el megáfono, vuelvo a abrir y repito: "Good afternoon, Ladies and Gentlemen... No se escucha nada de nuevo. Lo repito otra vez, y luego otra. La supervisora entonces viene hacia mí, no demasiado contenta. Yulia, ¡has abierto la megafonía de la clase business y has empezado la misma frase cuatro veces y luego has colgado! ¡Uuuups!
Una vez en Seúl, fui con toda la tripulación a cenar a un restaurante coreano. Nuestra mesa estaba en el centro de una habitación pequeña que era entera para nosotros, nos quitamos los zapatos y nos sentamos alrededor de la mesa. En la mesa había unas barbacoas pequeñas y del techo colgaban unos tubos para aspirar el humo. Pedimos mucha carne y nos la cocinamos nosotros mismos. Barbacoa a la coreana.
Al día siguiente, otra azafata, colombiana, y yo salimos a hacer turismo, era la primera vez de ambas en la ciudad. Fuimos al palacio de Changdeokgung y para adentrarnos más en la cultura coreana, decidimos alquilarnos un vestido tradicional, el hanbok. Supongo que con aquel vestido me parecía a las guiris que van con el delantal de flamenca por Sevilla.
Más tarde, cuando pasábamos por la ciudad y para nuestra sorpresa, un coreano nos paró y nos invitó a ir con él a un centro donde nos iban a ensañar tradiciones y costumbres coreanas. Sin pensarlo mucho aceptamos, pero en el camino, empecé a pensar qué clase de timo sería aquel, ya había aprendido que los turistas somos la diana de muchos estafadores. Por si las moscas, saqué disimuladamente mi tarjeta de crédito de la cartera y me la guardé en el bolsillo del pantalón. Afortunadamente, no fue una estafa, pasamos una buena tarde en aquel centro, nos dejaron que nos vistiésemos con otro hanbok, nos dieron merienda, nos explicaron algunas tradiciones y participamos en un ritual. Además, el coreano me estuvo enseñando algunas palabras y frasecillas que pude usar muy orgullosamente con los pasajeros al día siguiente en el vuelo de vuelta a Doha. ¡Cuántas cosas había aprendido en un día!
Laura y Yulia con el hanbok. |
Yulia y el hanbok en el templo Changdeokgung. |
Al fin estaba en Japón, lo había solicitado miles de veces pero nunca me lo habían asignado. Salí con una azafata, esta vez búlgara. Fuimos a visitar el templo budista de Sensoji, el más antiguo de Tokio. Durante la Segunda Guerra Mundial fue bombardeado y destruído y la reconstrucción significó la paz y el renacimiento de los japoneses. Dentro del templo era típico buscar tu fortuna. Se cogía un bote grande de lata que estaba lleno de palitos con números, se agitaba hasta que uno de los palitos saliese afuera por una ranura pequeña y después se buscaba un papelito con el mismo número que te había tocado. Mi papelito decía que pronto iba a encontrar a un caballero que era superior a diez mil hombres ¿estaría hablando de Luca?
Depués nos dirigimos hacia el centro de la ciudad. En el metro, los japoneses hacían filas indias en las zonas donde las puertas del tren quedarían una vez parado. Nada de empujones y carreras. Dentro del tren, nadie hablaba por teléfono o mandaba mensajes de voz, se considera una falta de respeto. Me sorprendió ver a una niña sola, de unos diez años, con su uniforme del colegio y su mochila, leyendo un libro de pie mientras se agarraba a la barra para no caerse. ¡Qué disciplinados que son estos japoneses!
Llegamos al centro, fuimos directas al cruce de Shibuya, la intersección peatonal más concurrida del mundo. Los semáforos se ponen rojos hacia todas las direcciones al mismo tiempo para dejar a todos los transeúntes cruzar a la vez.
Por supuesto que no podíamos irnos de Japón sin comer sushi. Como habitualmente, la comida occidental siempre es una mera imitación y acaba alejándose de la realidad oriental. El sushi no se parecía demasiado al que yo estaba acostumbrada, sabía muchísimo a pescado, lo cual es la clave de este plato, pero he aquí una que se suele comer el sushi de palitos de cangrejo, philadelphia y aguacate. ¡Me quedo con la imitación occidental!
Cruce de Shibuya, Tokio. |
Templo de Sensoji, Tokio. |
Viajar es la mejor manera de abrirte la mente. Estos países asiáticos son totalmente diferentes, con unos valores, educación y costumbres completamente opuestas. Lo que a mí me parece normal puede no serlo para ellos y viceversa. ¿Y si lo que yo considero normal no es del todo correcto? ¿Y si su normalidad tiene más sentido que la mía? Cuestionarse y ser consciente de que quizá lo tuyo no es lo mejor sino simplemente lo habitual para ti, es algo difícil de alcanzar. Pero, una vez que lo alcanzas, puedes sentirte afortunado. Sabes realmente de qué se trata cuando se habla de cultura.
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