Capítulo 9: Entre abaya y dishdash.

El vuelo a Delhi fue cansado, sí, pero el día siguiente fue peor. Me dolía todo el cuerpo, el suelo se me movía al caminar y me producía mareos y ansias así que me pasé todo el día sin moverme del sofá ¡Qué poco acostumbrada estaba a volar! O a trabajar...

Me había equivocado al mirar el roster y pensaba que mi próximo vuelo era al día siguiente. Pues no, era aquella misma noche. Menos mal que me dí cuenta a tiempo, si no aquel vuelo a Delhi podría haberse convertido en el primero y el último. Qatar Airways no se lo pensaba dos veces a la hora de ponerte de patitas en la calle.

Esta vez en el briefing las caras no eran tan largas como el día anterior. La supervisora parecía muy agradable y, al ser un avión pequeño, un Airbus 321, éramos muchos menos azafatos así que todo quedaba más en familia. Normalmente, desde el briefing, uno ya sabía cómo iba a ir el vuelo, dependía, al 80% diría yo, del supervisor que te tocase. Buenas noches,  soy Julia, española, este es mi segundo vuelo como aprendiz. Bienvenida a la compañía, Yulia.

Y aunque hubiese salido con tan buena impresión del briefing, estaba muy nerviosa por aquel vuelo, era a Muscat, en Omán. No era ni una hora de vuelo pero el hecho de saber que todos los pasajeros serían árabes, asustaba.

Empezaron a entrar los pasajeros. Con mi mejor sonrisa y al son de la musiquilla de embarque los fui recibiendo. Los cataríes, con su barba perfectamente delineada, sus dientes blancos como la espuma, su dishdash, o vestido, más blanco aún e impecablemente planchado y su thobe y ghutra sobre la cabeza, la cual llevaban más alzada de lo normal. Las cataríes, con su abaya, o vestido, arrastrando por el suelo, negro como el tizón, y su sheila, o velo alrededor de la cabeza, maquillaje perfecto, zapatos de tacón y bolsos caros. Todo se veía blanco y negro, no había ni un sólo pasajero que no llevase el traje tradicional. El avión pronto se impregnó del olor de sus perfumes, un olor tan fuerte y tan... ¡tan árabe!

Durante el embarque, los hombres eran los encargados de poner las maletas de sus esposas, hermanas, madres o hijas en el compartimento. Si por casualidad había alguna mujer que viajaba sola, dejaba su maleta en el pasillo a la espera de que alguno de nosotros, sus criados, la pusiera arriba. Y, por supuesto, sin un por favor o gracias.

En varias ocasiones tuvimos que cambiar el asiento de los pasajeros porque las mujeres no podían ir sentadas al lado de un hombre que no fuese su marido, hermano, padre o hijo. Y si normalmente el cliente tenía la razón, los cataríes la tenían el doble.

Mi asiento para el despegue y aterrizaje estaba justo en frente de un catarí. Él y yo, cara a cara. No sabía hacia dónde mirar, aquel semblante tan serio y tan insensible me cohibía. Estaba deseando que el piloto nos diese permiso para levantarnos ¡Qué tensión! Mi compañero al otro lado del pasillo, sin embargo, no parecía estar tan cohibido. Estaba en el quinto sueño. La baba le llegaba al suelo.

Durante el servicio, eran los hombres los que pedían por ellos mismos y por sus mujeres. Ya nos habían avisado en la Torre 1 de que debíamos dirigirnos siempre al hombre primero. También nos habían avisado de que debíamos servir a los cataríes con la mano derecha, la izquierda es impura, pero eso era muy difícil de controlar así que yo nunca lo llevé a cabo, o al menos, conscientemente. Algunas mujeres iban completamente cubiertas a excepción de los ojos, con un burkah, así que tenían que meterse la comida y la bebida por debajo del velo para llevárselas a la boca. No pude evitar sentir pena por ellas.

Al aterrizar, la supervisora me pidió que me fuese a la parte delantera del avión con ella a despedir a los pasajeros. Juntas fuimos despidiendo a todos y cada uno de ellos en árabe con un "maa salama" y "shukran". Algunos nos respondían, otros ni siquiera nos miraban. Nunca había visto a personas con tan poca expresión en sus caras. ¿Se reirían o llorarían alguna vez? Qué seres tan extraños...

A pesar de cómo me intimidaban los cataríes con aquella altanería que los caracteriza, he de decir que el vuelo fue mucho mejor de lo que había imaginado. Aunque no fuesen muy educados, iban muy a su bola, nos ignoraban por completo, la mayoría de ellos no comió, a diferencia de los indios del día anterior que comían por dos.

Nunca habría imaginado que iba a ser precisamente dentro del avión donde más iba a aprender y más cerca iba a estar de todas las culturas. Aquel espacio tan reducido tenía tantísimo que enseñarme. Ya había tenido el placer de acercarme a la cultura india y a la del golfo árabe ¿Cuál sería la siguiente?

Cataríes, sin expresión. 









Comentarios

Entradas populares de este blog

Capítulo 26: ¿Hasta siempre?

Capítulo 1: ¿Madurar o dar la vuelta al mundo?

Capítulo 22: Descubriendo América.