Capítulo 16: Sawadika.

Por fin llegaron mis ansiadas vacaciones. A diferencia que en el resto de mi vida, ahora eran en invierno, en diciembre. Pero eso no era motivo para no disfrutarlas como de costumbre, con un poco de calor, sol y playa. ¡Me fui a Tailandia con mis amigas!

Aprovechando los descuentos de la compañía, me fui de viaje con Carmen, Aurora y Patri. Estaba muy ilusionada por el hecho de que fuesen a viajar en mi aerolínea y pudiesen experimentar en primera persona lo que yo llevaba ya seis meses contándoles. Aunque esta vez yo era una pasajera más y no la azafata. Viajamos las cuatros juntas. Aterrizamos. Nada más poner un pie fuera del aeropuerto, ya teníamos a cientos de tailandeses sonrientes llamando nuestra atención con su saludo típico: palmas de las manos juntas delante del pecho en compañía de un agudo "sawadika". ¡Qué bien nos sonaba aquel hola tailandés!

Primera parada, Phuket. Es uno de los lugares de fiesta por excelencia en Tailandia así que, eso fue lo primero que hicimos. Fuimos a la zona de Patong Beach, una calle peatonal muy ancha, llena de bares, discotecas y borrachos. Hasta aquí todo normal. También llena de travestis, prostitutas y strippers que ofrecían todo tipo de erotismo a cambio de unos pocos bahts. Me pregunto cuántos hombres borrachos se habrán encontrado una sorpresa bajo la falda de aquellas chicas tan atractivas.

Desde Phuket, también hicimos una excursión a las islas Phi Phi. Unas islas paradisíacas de arena blanca, agua cristalina y algún mono que otro. Visitamos varias islas, nos bañamos, bebimos agua de cocos y disfrutamos de aquel paisaje tan espectacular. Estábamos la mar de contentas aunque Aurora casi se ahogase comiendo picante, hubiésemos vomitado por la borda del barco y el snorkel de la excursión hubiese sido menos emocionante que meter la cabeza en una pecera. Al fin y al cabo, no nos habían robado, pegado, timado e intentado prostituir todavía.

Islas Phi Phi.

Segunda parada, Ko Pha Ngan. Es una isla en el sudeste de Tailandia conocida por el festival de la Full Moon Party que tiene lugar una vez al mes. Nosotras no tuvimos la suerte de coincidir en la fecha del festival pero sí la tuvimos de poder disfrutar de unas playas y pasajes de película. Literalmente de película, muchos de esos paisajes aparecen en Lo Imposible.

Última parada, Bangkok. Hasta ahora todavía nos sonaba bien el "sawadika" de los tailandeses. Habíamos hecho unas doce horas de trayecto desde Ko Pha Ngan, en barco y en autobús. Nada más llegar, un agente de policía nos timó y nos llevó a una agencia donde tuvimos que pagar dinero. Cuando llegamos al hostal, abrí mi maleta y me faltaban los 500€ que llevaba dentro, Patri me los había dado porque me debía algunas reservas de alojamiento y vuelos. Automáticamente abrí mi mochila. Menos mal, tenía la cartera dentro. ¿Menos mal? Tenía la cartera sí, pero más vacía que la maleta. Me habían robado 600€ en total. ¿Cómo me habían robado todo el dinero que llevaba? No me había separado de mi mochila en todo el trayecto y el único momento que había perdido de vista la maleta fue cuando estaba metida en el maletero del autobús. ¿Y ahora qué?

La Julia de antes habría llorado, se habría cabreado y habría estado de mal humor el resto del viaje. La nueva Julia lloró, se cabreó y se puso de mal humor, pero sólo unos minutos. Luego se puso manos a la obra para buscar una solución. ¿Qué probabilidades había de encontrar al ladrón y de que me devolviesen el dinero si hasta los agentes de policía nos timaban? Diría que pocas. Estaba claro que había tenido que ser en el autobús, lo que no sabía era ni quién ni cómo. Me bastó una búsqueda en Google para darme cuenta de que yo no era la única a la que le habían robado en el autobús de esa empresa. Al parecer, el chico que nos ayudaba a meter el equipaje en el maletero, se metía también dentro y abría todas las maletas y sacaba cualquier cosa de valor. Después de una de las paradas para descansar, se subía en el autobús y aprovechando que los pasajeros se dormían, les cogía las mochilas, sacaba el dinero y volvía a dejarlas para que nadie sospechase. ¡Había dado en el centro de la diana con mi maleta!

Todo el mundo me sugería que me olvidase del asunto e intentase disfrutar del resto del viaje. Yo no podía olvidarme del asunto. Aunque daba por perdido el dinero, quería una disculpa, que investigasen al trabajador y que se asegurasen de que no volviese a ocurrir. Me puse en contacto con la empresa a través de un correo electrónico. Durante el resto de los días que nos quedaban allí, estuve en contacto con un chico de la empresa que me pedía pruebas de la acusación. Al final lo convencí. Me citó en un local para el último día, para que hablásemos de lo ocurrido y viese qué podía hacer por mí. ¿Debía alegrarme o preocuparme por aquella citación?

Nosotras seguimos con nuestro viaje. Hicimos una excursión a un mercado flotante. Desde nuestra barca, regateábamos el precio de todo. Los tailandeses no nos decían ni un palabra, sacaban la calculadora y empezaban a borrar y a añadir números y a enseñarnos el precio final. ¡Vaya regates hacíamos! Compramos todo tipo de souvenirs, pantalones de elefantes, abanicos, gorros, imanes, postales y llaveros. Justo al bajarnos de la barca, nos dimos cuenta de que en el puesto que había a la salida, estaban las mismas cosas que habíamos comprado, por la mitad de precio. Al final resultó que los tailandeses regateaban mejor...

Mercado flotante, Bangkok.

También fuimos a Khao San Road, una calle muy famosa de Bangkok, llena de bares, puestos de comida y souvenirs. No pudimos resistirnos al olorcillo de escorpión a la plancha. Aurora, se lo comió sin pensárselo. Carmen y Patri ni pensaron en comérselo. Y yo, le hinqué el diente y Patri al verme, empezó a gritar; al verla gritar, empecé yo a gritar y al final, tiré el escorpión al suelo. No me lo comí pero puedo decir que lo tuve dentro de la boca. Creo que puede valer para tacharlo de mi lista de cosas que hacer antes de morir.

Aperitivo en Khao San Road, Bangkok.

La calle estaba llena de puestos que vendían todo tipo de insectos para comer. En cada puesto había un cartel en el que ponía 10 Bahts, 0.25 €, por foto a los insectos. Pensando que la dependienta no estaba mirando, Patri le echó una foto a los bichos sin pagar. Resultó que sí la había visto. ¡Y tanto que la había visto! 

Si ves a esta mujer, ¡corre!

Inmediatamente, ésta se salió del puesto y se dirigió a Patri con el cartel plastificado en la mano, le arreó unos cuantos cartelazos en la cara, la cabeza y los brazos. Yo la empujé para que la dejase y ella me respondió con una patada voladora. La mujer se volvió completamente loca gritando y lanzando puñetazos y patadas a todos lados. Nosotras nos alejamos. Ella se quitó el zapato y nos lo tiró. Yo lo cogí y se lo lancé de vuelta. Nunca he sido de tener puntería. El zapatillazo se lo llevó otro. Nos fuimos rápido de allí. Tras varios minutos a paso ligero sin decir ni media palabra, nos paramos y nos miramos, ¿soy yo o una tailandesa nos acaba de dar una somanta de palos? Nos echamos a reír. Reíamos por no llorar. Pues bueno, ya nos habían robado, timado y dado una buena tunda, ¿qué más podía pasarnos?

Era la última noche. Salimos a cenar y a dar un paseo. Un chico nos ofreció asistir a un "ping-pong show". Después de tantos timos, lo primero que hicimos fue preguntar por el precio. Nos dijo que era gratuito y que sólo había que pagar la consumición, que eran 3€. Aceptamos la oferta. Yo ya había estado en uno cuando estuve en Phuket por trabajo. El ping-pong show consiste en un espectáculo en el que varias chicas hacen todo tipo de juegos eróticos con la vagina. Las tailandesas, aparte de nacer con una calculadora debajo del brazo, también nacían con la capacidad de apagar velas, cortar una tarta o abrir nueces con la vagina. Después de diez minutos allí, el panorama era bastante curioso. Las cuatro solas en el local, con nuestra copa y nuestra raqueta de ping-pong frente a un escenario con dos tailandesas abiertas de piernas lanzándonos pelotas con la vagina para que las recibiesemos con las raquetas. ¡Menudo plan de sábado noche!

Después de unos veinte minutos empezamos a sentirnos incómodas. Algo no nos daba buena espina. Pedimos la cuenta. Ellas nos pidieron que fuésemos a pagar a la barra. Una vez allí, nos acorralaron entre unas 10 chicas y sacaron la calculadora, sí, la CALCULADORA. Nos pedían 200€. Según decían, el chico de la oferta no trabajaba para ellas y aquel era el precio del espectáculo. Intenté salirme por una esquina y una de las chicas, la que parecía la jefa, me empujó hacia atrás. Un par de chicos entraron al local y antes de que pudiésemos pedirles ayuda, una de ellas los echó de allí. Nos negamos a pagar. Ni siquiera llevábamos esa cantidad de dinero encima. La jefa nos amenazó con dos opciones: pagar el dinero o ponernos a hacer striptease allí. ¡Lo que nos faltaba! Carmen no tenía mucha intención de ponerse allí desnuda a lanzar pelotas de ping-pong, así que cogió la calculadora y empezó a negociar. Al final, les dimos 50€ y nos liberaron. ¿En serio nos acaba de pasar esto? Y, ¿en serio habíamos estado jugando al ping-pong contra unas vaginas?

Era el último día del viaje. El día de mi citación con el chico de la empresa del autobús. Llámame loca pero no me fiaba demasiado. Había decidido que no merecía la pena ir. Nos fuimos a visitar varios templos o "wats" y al salir, vimos que la oficina donde el chico me había citado estaba muy cerca. ¿Y si sí merecía la pena? Decidimos ir pero antes ideamos un plan. Carmen se quedaría en la puerta por si no salíamos, buscar ayuda.

Fuimos a la oficina y Carmen se quedó fuera, grabándolo todo desde una cristalera. Aurora, Patri y yo entramos a la oficina y el chico me hizo varias preguntas y al final, me dijo que me iba a devolver parte del dinero pero que teníamos que esperar allí mientras él iba al cajero a sacarlo. ¿Estábamos esperando el dinero de verdad o estábamos esperando otro robo, timo o secuestro? El chico volvió con un fajo de billetes, eran bahts y equivalía a 400€. ¡Recuperé más de la mitad! La verdad es que habría sido muy fácil para ellos ignorar mis e-mails y quedarse con el dinero, hasta les había dicho que no había ido a la policía ni tenía intención de hacerlo, sólo pedía una disculpa y que investigasen a aquel trabajador del autobús. A día de hoy me sigo preguntando por qué decidió devolverme parte del dinero. ¡El karma me debía unas cuantas!

Después de aquel viaje el "sawadika" nunca nos volvió a sonar bien y los tailandeses tampoco volvieron a agradarnos... Aunque es cierto que es sólo gracias a ellos que podremos contar siempre todas estas anécdotas.



Comentarios

  1. Jajajajajajajaja mi capítulo preferido por ahora!!!!

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  2. Julia, vaya experiencia yo viajé el año pasado y fue todo lo contrario . Perdimos el móvil en el mercado de Patong y a la media hora nos dimos cuenta, volvimos con experanza 0 de encontrarlo y los vendedores cuando, nos vieron aparecer nos fueron guiandonos hasta el que tenía el móvil... Fué increíble... Eso si la sensación de que nos tenían controlados todo el tiempo la teníamos jeje

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    1. Ay, Raquel, pues eres de las pocas personas que conozco que no ha tenido una anécdota de estas! De hecho, yo luego volví por trabajo a Bangkok y en el aeropuerto, me abrieron la maleta de azafata y me robaron todas mis joyas!

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  3. Jajajajajajajaja este capítulo merece una serie de Netflix

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