Capítulo 14: La vida, para mí.
Toda mi vida se veía afectada de una u otra manera por mi profesión. Ser azafata de Qatar Airways no era simplemente un puesto de trabajo, era un estilo de vida.
Por un lado, las normas y reglamentos que teníamos no se limitaban al turno de trabajo, iban mucho más allá de eso. Teníamos toque de queda, doce horas antes del vuelo debíamos estar encerrados en casa. No podíamos dormir fuera, de 4:00 a 7:00 am teníamos que estar en nuestro alojamiento obligatoriamente. Sólo podían entrar a nuestro edificio personas de la compañía y residentes de Catar. Y podían hacerlo en una franja horaria específica, de 7:00 am a 10:00 pm, lo que significa que no podían quedarse a dormir. Si estabas en un alojamiento femenino, sólo podía visitarte tu madre o hermana y viceversa. Mi hermano vino a visitarme a Doha y tuvo que alojarse en un hotel. No podías tener granos, heridas o el pelo teñido. No podías tener tatuajes, ni siquiera aunque no estuviesen visibles. Tampoco piercings, yo tuve que quitarme el mío de la nariz. Estaba prohibido ser fumador. Tenías que pedir permiso si querías casarte y, por lo general, sólo te lo daban si ya llevabas allí trabajando unos cinco años. Lo mismo ocurría si querías tener hijos. Y otras tantas cosas. Mi vida privada dependía de Qatar Airways.
Por otro lado, mi vida cotidiana también se veía afectada por otros muchos factores que compensaban aquellas restricciones. Los beneficios que me aportaba trabajar allí y para esa aerolínea tenían muchísimo más peso para mí y hacían que la balanza siempre tirase para el lado positivo.
No tenía rutina. Tenía vuelos por la tarde, de madrugada o a media noche. Un día trabajaba siete horas y otro veinte. Podía aterrizar en Doha de Sri Lanka a las seis de la mañana y despegar para Kenia a las ocho de la tarde. Había días que desayunaba tres veces y otros que no tenía tiempo de comer. Podía pasar cuatro días seguidos en Doha o pasarlos en tres países diferentes. Un día estaba en una zona horaria de -6 UTC y al día siguiente +8 UTC. Algunos días apenas dormía y otros apenas me despertaba. No tenía absolutamente nada que ver con la monotonía de mi trabajo anterior y eso, me encantaba.
Al tener un horario de trabajo tan irregular, era muy complicado coincidir con mis amigas e incluso con Sahar. Vivíamos juntas pero no lo parecía. A veces pasaba una semana y no habíamos coincido en casa. Por un lado me fastidiaba, pero por otro, era la oportunidad perfecta para no dejar nunca de conocer a gente nueva. Me enganchaba a cualquiera para cualquier plan. Sacaba amigos de todos lados, del trabajo, de fiesta, de la playa, de turismo y hasta pasajeros. Cualquier desconocido se volvía conocido.
Una vez, salí por Atlanta con una pareja de pasajeros de unos 60 años que conocí en el vuelo. Otra, acabé haciendo turismo por Singapur con un chico australiano al que le había pedido que me hiciese una foto. También hice una amiga en la playa en Phuket y acabamos pasando dos días enteros juntas. Todavía espera mi visita en Zurich. O cuando en Túnez acabé compartiendo una conversación sobre la vida y una botella de vino con el camarero en un chiringuito de la playa. O el día en Seúl que acabé con un coreano participando en un ritual vestida con un "hanbok". Quería experimentarlo todo: visitar todos los lugares posibles, probar todo tipo de comidas, conocer el máximo número de culturas, escuchar historias de diferentes personas y oír cómo sonaban otras lenguas. Quería y podía. Todo eso estaba a mi alcance.
No es que mi sueldo fuese algo súper extraordinario pero la compañía nos proporcionaba alojamiento, agua, luz, gimnasio, lavandería y descuentos, así que todo lo que ganaba era para mí, para mi propio disfrute. Iba a restaurantes caros. Salía de fiesta en hoteles de lujo. Me bañaba en playas privadas. Iba a fiestas en barcos. Contrataba masajes. Me compraba todos los caprichos que se me antojaban, ni siquiera miraba el precio. Me gusta, me lo compro. Mis pijamas del Primark pasaron a ser de Victoria Secret, mis relojes de Parfois a Daniel Wellington y mi maquillaje del Mercadona a Dior. Aún así, me cortaba mucho más que otras azafatas que se compraban bolsos y zapatos de Chanel, Christian Louboutin o Luis Vuitton por unos miles de euros.
Despilfarraba demasiado. ¿Debería haber ahorrado más? No, me fui a Doha para viajar, experimentar y disfrutar y no para ahorrar. Y eso es lo que hice. Viví una vida de lujos que, muy posiblemente, jamás podré volver a permitirme. Además, ¿quién sabe dónde estaré mañana? ¿quién podría asegurarme que habrá oportunidad de gastar ese dinero que no ahorré? No pude invertir mejor el dinero que en todas aquellas experiencias que para mí se quedan, para siempre.
En los destinos a los que iba, siempre nos alojábamos en hoteles lujosos. Pasaba de ser la que daba el servicio 5 estrellas, a recibirlo. Al llegar, nos sacaban las maletas del autobús y nos las entraban a la recepción y al marcharnos, igual. Nos ofrecían toallas húmedas y una bebida mientras hacíamos el check-in. Me aficioné al servicio de habitaciones y a darme baños aromáticos. También frecuentaba bastante el buffet libre, era la manera más fácil de identificar lo que era la comida en ciertos países. Los camareros me daban la bienvenida al buffet, me llevaban hasta mi mesa y me ponían la servilleta de tela en el regazo. Al principio, todo aquello me hacía sentirme adinerada y sofisticada. Después, se convirtió en algo habitual. ¡Hasta a ser rica se acostumbra una!
Al ser azafata, Qatar Airways me proporcionaba descuentos en los billetes de avión tanto para mí como para mi familia y amigos. Había dos condiciones para hacer uso de ellos. La primera, viajar vestido con ropa formal. A partir de entonces dejé de viajar en vaqueros y zapatillas y pasé a hacerlo en traje y tacones. La segunda, el billete de avión no estaba asegurado, sólo podías viajar si había asientos libres en el vuelo. Obvio, si alguien pagaba la tarifa del billete al completo, tenía preferencia. Yo no perdía oportunidad para hacer uso de ellos, cuando tenía varios días libres, abría el mapamundi y elegía destino. Mi primer viaje fue a Budapest, mis amigas estaban allí de vacaciones y yo tenía dos días libres. Otra vez me reuní con mi hermano y un amigo en la India para ver el Taj Mahal, no pasé allí ni 48 horas. Muchas veces volvía a España para uno o dos días. También me fui de vacaciones a Tailandia, Australia, Filipinas, Cuba, Dubai, Seychelles, Turquía y Jordania. Podía viajar a cualquier parte del mundo a un precio asequible. ¡Tenía el mundo a mis pies!
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El desayuno y el mundo a mis pies. |
Julia!! Llevaba tiempo queriendo leer tu blog. Esta tarde he podido hacerlo y me tienes enganchada! Esperando con ganas las próximas entradas!
ResponderEliminarQue interesante todo Yulia!!
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