Capítulo 12: La vuelta al mundo en menos de 80 días.

Iba aprendiendo tan rápido que no era consciente de que lo estaba haciendo. Cada día de trabajo era un chute de experiencias: el vuelo, los compañeros, los pasajeros y, cómo no, el destino.

Doha-Auckland, Nueva Zelanda. Vuelo ultra-largo, 17 horas. Siempre me había despertado curiosidad saber qué hacían los azafatos en vuelos tan largos. Me tocó experimentarlo antes de lo esperado. Mi vuelo era a Hong Kong, supuestamente. Una hora antes de salir de casa, me avisaron de que me habían cambiado el vuelo a Auckland. Rápidamente tuve que deshacer la maleta con ropa de verano para China y rehacerla con ropa de invierno para Nueva Zelanda. ¡Me iba al culo del mundo!

Era el vuelo más largo que existía en el mundo entonces. En vuelos de más de 10 horas teníamos siempre un descanso, así que el avión debía incluir camas. Aquel era un Boeing 777. Desde la cocina, teníamos acceso a un habitáculo con camas que se encontraba literalmente sobre los pasajeros. De hecho, la salida de emergencia es uno de los compartimentos de maletas. Los supervisores nos dividían en dos grupos, A y B. Y, después del servicio principal, mientras el grupo A trabajaba, el B descansaba y viceversa. Así que cuando tocaba trabajar, lo hacías el doble. Pero cuando tocaba descansar... ¡Qué sueñecito tan rico al balanceo de las turbulencias!

Lo había hecho. Había sobrevivido a 17 horas de vuelo. Estaba en las antípodas de España, a 180° en el globo terráqueo. Tenía dos días de escala. Hacía poco que Qatar Airways había abierto aquella ruta así que para la mayoría de los azafatos, era su primera vez allí. Casi todos querían salir a explorar, algo extremadamente raro. Alquilamos un coche entre unos cuantos. A decir verdad, no tengo ni idea de qué trayecto hicimos. Pero sé que fue increíble. Montañas, prados, animales y paisajes que me dejaron boquiabierta. No podía describir lo feliz y afortunada que me sentía de poder estar allí. Llegamos a Hobbiton, una de las localizaciones donde se grabó el Señor de los Anillos. Alucinante. También visitamos la isla de Wahiki, llena de interminables viñedos. Y olivos, ¡había olivos!

Uno de mis destinos favoritos. No sé si será porque es realmente bonito o porque fue mi primer destino (Bangkok no contaba). Sea lo que sea, lo recuerdo como un sitio mágico al que me encantaría volver. Eso sí, con algo de miedo de que no sea tan espectacular como lo recuerdo.

Hobbiton, Nueva Zelanda.

Doha-São Paulo, Brasil. Mi siguiente destino, el otro culo del mundo. Había pasado de ir 17 horas hacia el este, a 16 horas al oeste. Los pasajeros, la mayoría brasileños y argentinos, no querían parecer maleducados llamando al timbre, así que venían ellos mismos a la cocina a pedir alcohol. Ya no volvían a su asiento. Botellón en la cocina del avión. Sin hartura ninguna, como yo en el hipercor de Granada. Necesitábamos ayuda para echarlos de allí y el capitán nos echó un cable. Señal del cinturón de seguridad encendida. Siento interrumpir la reunión, señoras y señores, pero deben volver a sus asientos y abrocharse el cinturón, hay turbulencias.

Estaba en Brasil. Las 4 o 5 cacerolas que me zampé en el avión no habían sido suficientes, así que me fui con los azafatos a una churrasquería. Carne a la brasa a punta pala. Deliciosa. Y eso que no soy muy fan de la carne. Chicos, ¿qué plan tenéis para mañana? Ir al centro comercial. Ir al gym. Netflix. Nada, sólo quiero dormir. ¿En serio? Nadie. Absolutamente nadie quería salir a hacer turismo.

A la mañana siguiente me preparé para salir a explorar yo sola. Cuando le pregunté al recepcionista del hotel cómo podía ir a la ciudad me dijo que estaba muy lejos y que no me recomendaba ir sola porque era muy peligroso. Me cagué. No salí. Al cabo de unos meses, volví a São Paulo. Aquella vez, peligroso o no, me aseguré de no perder la oportunidad.

Paulista Avenue, São Paulo. 


Doha-Dhaka, Bangladesh. Muchos de los pasajeros eran bangladesíes que trabajaban en Doha y volvían de vacaciones a su país. Estaban la mar de contentos. Como no podían permitirse beber alcohol en su vida normal, ahora que en el avión era todo incluido aprovechaban para pedirlo. Solo pedirlo, porque no se lo bebían. No estaban acostumbrados y no les gustaba. Había escuchado que aquel vuelo tenía muy mala fama, pero no noté nada fuera de lo normal... Al menos, en el vuelo de ida.

Aterrizamos en Dhaka. ¿De verdad eso era un aeropuerto? El trayecto hasta el hotel fue muy impactante. Los coches y autobuses estaban rasgados por todas partes y había gente subida en ellos hasta en el parachoques. Había muchos tuk-tuks y bicicletas. Y, hasta un elefante en mitad de la calle. Al llegar a la puerta principal del hotel, antes de abrirnos la valla, los seguratas miraron debajo de nuestro autobús con espejos. ¿Podía haber alguien debajo del autobús?

A día de hoy me sigo preguntando cómo tuve la suerte de que las otras azafatas quisieran salir en aquel sitio. Y digo suerte porque no sé qué habría sido de mí si hubiese salido sola aquel día. Una de las razones por las que Dhaka es conocida es por las fábricas de Zara que hay allí. Pedimos un taxi para ir a un mercado donde vendían ropa de Zara y de otras marcas a unos precios de risa. El taxi nos dejó allí. Menudo panorama había. Pobreza. Basura por todas partes. Edificios derruidos. Gente sin extremidades. Sentí pena y miedo. Entramos rápido al mercado, allí la situación no cambiaba mucho. Los niños pequeños nos enganchaban del pantalón para pedirnos dinero. Realmente los precios eran de risa, las prendas no costaban más de 80 céntimos. Normal que aquella gente prefiriese estar en Doha, alejados de su familia y trabajando bajo unas condiciones pésimas.

Nunca más volví a salir en Dhaka, las siguientes veces que volé allí, había soldados en las puertas del hotel y teníamos prohibido salir a la calle. Al final, había sido más peligroso salir allí de lo que hubiese sido hacerlo en Brasil.

En el vuelo de vuelta a Doha los pasajeros estaban muy tristes. A muchos se les habían acabado las vacaciones. Otros muchos se mudaban a Doha por primera vez. Imagino que sería la primera vez en su vida que viajaban y se alejaban de sus familias. No sabían hablar inglés. No querían pedir comida, supuse que por miedo a tener que pagarla, como yo en mi primer vuelo. Así que aunque me decían que no querían, yo se la servía. Tampoco sabían lo que era un váter. Se mearon en el lavabo, en el suelo, en la puerta y en el espejo. Y eso, nos tocaba limpiarlo a nosotros. De ahí la mala fama del vuelo a Dhaka.

Dhaka, Bangladesh.


Doha-Johannesburgo, Sudáfrica. Otro vuelo con mala fama. No me pareció que realmente la reflejase. Aparte de que los pasajeros me llamaban "sister" a la vez que chasqueaban los dedos, nada se salió de lo normal. Al final, iba a tener que dejar de creer en los estereotipos que otros me contaban y empezar a crear los míos propios.

Aterrizamos. Esta vez tocaba África. Fuimos a un safari. Chulísimo. Los que estábamos en una jaula éramos los visitantes. Íbamos en un coche con rejas. Vimos leones, cebras, jirafas y leopardos, entre otros. Los animales estaban libres y felices. Al final del safari, nos dejaron salir de la jaula para visitar a un león bebé. Aquel sí que era un león de verdad, y no el que se había inventado el catarí de Sahar.

Lion Park, Johannesburgo. 

En cuestión de un mes, ya podía decir que había pisado los cinco continentes. Quería más, más y más y ya sabía que el año que había planeado quedarme en Catar en un principio no sería suficiente...




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