Capítulo 10: Más choque cultural.
Catar es un país tan extremadamente diferente que hasta las cosas más simples me producían sensación de choque cultural. ¿Cómo podía ser tan distinto el simple hecho de ir a la playa o salir de fiesta?
Aún me negaba a aceptar que ir a la playa en verano en Catar era una pesadilla más que una satisfacción. Yo era la única, nadie quería acompañarme a disfrutar de aquel sol radiante y agua hirviendo. Así que, por primera vez, salí sola en Doha.
Al llegar al hotel, el taxi se paró y el portero me abrió la puerta del coche. Al entrar, me acerqué a la recepcionista para pagar la entrada a la playa. ¿Qatar Airways, señora? No parecía haber dudado ni lo más mínimo de que yo era azafata. Sí, y mostrándole mi carnet obtuve el descuento correspondiente. ¡Aquel carnet era tan beneficioso y tan opresivo al mismo tiempo!
Apenas había puesto un pie en la playa privada y uno de los trabajadores se dirigió a mí con un "buenas tardes, señora" y me acompañó hasta una tumbona donde me colocó la toalla y me ofreció una botella de agua. Tras cuestión de media hora, el chico volvió a venir para preguntarme qué tal estaba y ofrecerme fruta fresca troceada. No mucho más tarde, volvió a aparecer ¿Le gustaría que le pusiese un poco de spray refrescante en la cara, señora? Yo no daba crédito a la realidad de aquella pregunta así que tuve que pedirle que la repitiese. ¿De verdad me estaba preguntando aquello?
Por muy duro que fuese, me sentía capaz de refrescarme yo sola. Me fui a la piscina puesto que en el mar aquello de refrescarse estaba más complicado. Desde allí, observé a los trabajadores. Iban y venían de una tumbona a otra, ofreciendo fruta, agua y el spray. Servían cocktails, comida y movían el carboncillo de las cachimbas. ¿Existía un trabajo peor que ese, todo el día a 50 grados al sol, con uniforme, sin parar de un lado a otro, y sobre todo, lamiéndole el culo a clientes maleducados? Bueno, en realidad era igual que el mío, pero sin los 50 grados.
¿Cuánto cobrarían esos trabajadores? En aquel momento no lo sabía. Ahora exactamente tampoco. Pero sé que una miseria. Una miseria que multiplica por mucho lo que podrían ganar en sus países, entre los que destacaría India, Pakistán, Filipinas, Nepal y Kenia. Y por esa razón, aguantan unas condiciones laborales espantosas. Y por esa razón, los empresarios se aprovechan de ellos.
Esos trabajadores están por todas partes: supermercados, taxis, hoteles, restaurantes, tiendas y un largo etcétera. El coste de vida en Doha es muy alto así que no pueden permitirse traer a su familia con ellos, la familia se queda en sus respectivos países a la espera de su envío de dinero mensual y su visita anual. Tampoco pueden permitirse un alquiler normal, así que comparten alojamiento con chorrocientos. Y, por supuesto, nada de salir a comer fuera, de fiesta o cualquier tipo de ocio. A esto es a lo que me refería con aquello de las dos caras de Doha.
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Las dos caras de Doha. |
El alcohol en Catar está prohibido. No lo venden en los supermercados, ni en las tiendas de barrio y ni siquiera está permitido traerlo de otro país. Únicamente hay una tienda en todo el país que lo vende a quienes tienen una licencia especial y, por supuesto, los azafatos de Qatar Airways no teníamos dicha licencia ni posibilidad de conseguirla. Es más, teníamos terminantemente prohibido tener alcohol en nuestras casas. ¿Que cómo podían controlarnos eso? Pues al vivir en casas de la compañía, tenían derecho a entrar cuando quisieran, tanto en nuestra presencia como en nuestra ausencia.
¿Cómo iba a imaginarme yo que bajo esas circumstancias iba a haber fiesta en Doha? Apenas había incluido ropa arreglada y zapatos de tacón en los 100 Kg de mis maletas. Claro, por aquel entonces no sabía que los hoteles eran zona franca y que allí la prohibición de alcohol y de la minifalda no estaba vigente. ¡Benditos hoteles!
Jueves noche. No me atreví con la minifalda. Pantalón largo ajustado y un top, y ya fue motivo suficiente para que las miradas de varios hombres se clavaran en mí en los dos minutos que tardé en subir a un taxi. ¿Estaba haciendo algo malo? ¿Debería ir más tapada? ¿Cómo podía sentirme tan culpable por ir vestida de la manera en la que había ido durante toda mi vida?
Al llegar al hotel todo aquel sentimiento de culpabilidad desapareció. Todas las chicas iban vestidas con ropa de fiesta, vestidos ajustados, curvas, tops y escotes. Ni rastro de abaya y dishdash. Claro, estaba prohibida la entrada a discotecas a las mujeres cataríes. Y los hombres cataríes, aunque sí tenían permitida la entrada, no con el traje tradicional. Me sorprendió ver la discoteca sin el típico blanco y negro. También me sorprendió estar en una discoteca sin estar piripi. ¿Quién viene a pedir?
Sahar no bebía alcohol, es musulmana. Alyssa, a pesar de la fama que tienen los sudafricanos y el alcohol, tampoco bebía. Claudia tampoco. Menos mal que me quedaba Milica. Fuimos a la barra. Una copa 20 euros. Para Qatar Airways, 15 euros. La borrachera nos iba a salir cara. Nos pedimos una copa y, antes de decir nada, el camarero ya nos aplicó el descuento y nos pidió el carnet para confirmarlo. ¿Llevábamos escrito en la frente que éramos azafatas?
La discoteca era al aire libre, una terraza con vistas a los edificios gigantes de la cuidad, iluminados de diferentes colores. ¡Qué lujo! La música era internacional, aunque esporádicamente el dj metía alguna que otra canción árabe y Sahar se desarmaba bailando y cantando a la vez que se grababa con el móvil y lo subía a su snapchat. No era la única, la gente bailaba con sus móviles más de lo que lo hacía con sus amigos. Postureo, postureo y más postureo.
Algunos chicos se nos acercaban a ver qué pescaban. Primera pregunta, ¿nacionalidad? Segunda pregunta, ¿Qatar Airways? Estaba clarísimo, a los ojos de cualquiera, éramos extranjeras que trabajaban para Qatar Airways. No más preguntas, ahora les tocaba alardear de su dinero y ofrecerse a pagarte la bebida. Bueno, rectifico, estaba clarísimo, a los ojos de cualquiera, éramos extranjeras que trabajaban para Qatar Airways, y unas cazadoras de fortuna.
A las 2.00 am cerraron la discoteca y se acabó la fiesta. Nunca me había gastado tanto dinero en alcohol y me había emborrachado tan poco. Nos dirigimos a la puerta del hotel para coger el taxi. Pero antes... ¡Foto!
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